Escribe Daniel Romero Carrasco. Redacción de Nuevo Diario.
Punta del Diablo es más que un destino turístico; es un hogar, un refugio para quienes se retiran de la actividad laboral o deciden hacer su vida en un lugar natural y seguro. Sin embargo, cada año, una vez que termina la temporada de verano, enfrentamos una preocupante realidad: el abandono progresivo de los servicios esenciales y el aumento de la inseguridad.
Anoche, por segunda vez, se llevaron 30 metros del alambrado perimetral de la cancha de fútbol del único club de la localidad, el Deportivo Punta del Diablo, un espacio de encuentro y esparcimiento para los jóvenes y las familias.
Este no es un hecho aislado. Cada año, cuando baja la temporada, aumenta la vulnerabilidad de quienes quedan sin recursos, y el resultado es una escalada de robos que deterioran nuestra infraestructura y nuestra seguridad.
Lo que muchos no ven es que fuera de temporada, más de 2.000 personas viven en Punta del Diablo de forma permanente. No somos un pueblo fantasma, sino una comunidad activa que trabaja, educa, crea y protege el entorno. Pero mientras nuestra población sigue aquí luchando con arbitrariedades de todo tipo, los servicios fundamentales desaparecen o se reducen drásticamente.
La inseguridad es solo una parte del problema. La policlínica de ASSE reduce personal y horarios de atención, dejando a cientos de vecinos con acceso limitado a salud. La presencia policial disminuye, afectando la capacidad de respuesta ante emergencias
No podemos aceptar esta realidad como un patrón inevitable. Es momento de exigir soluciones concretas y salir del “modo campaña electoral” en dónde todo parece posible y no es así
Necesitamos estrategias de seguridad adaptadas a la realidad de Punta del Diablo durante todo el año, y que no solo nos miren, cuando el turismo está en auge. Se deben de implementar medidas de prevención del delito, refuerzo de patrullajes y un plan de acción para garantizar el acceso a servicios esenciales.
La comunidad debe de ser la prioridad. Organización, solidaridad e incluso la vigilancia son las alternativas para defender con firmeza el lugar en dónde decidimos vivir.
No podemos seguir observando en silencio. Es hora de actuar con firmeza y compromiso. No permitamos que la falta de planificación nos condene al abandono cada año. Reclamemos medidas y no discursos electorales vacíos.